No
me explico cómo pudimos estar durante años sin todos esos aparatos que nos han
facilitado mucho la vida: el celular, el iPhone, el BB, el iPad… Me maravilla
la tecnología y la forma como nos ayuda a rendir el tiempo y a acortar
distancias. Pero me aterra la dependencia tan
grande que hemos desarrollado con las comunicaciones virtuales porque nos
absorbe tanto que nos aísla de los demás!
Me
pregunto, ¿por qué tenemos que vivir
a todas horas con estos aparatos prendidos? ¿Es que acaso el mundo virtual es
más importante que nuestro mundo afectivo? ¿Qué les estamos diciendo a los hijos cuando respondemos
el teléfono, revisamos los mensajes o leemos los correos mientras estamos con
ellos? ¿O cuando atendemos llamadas o nos
conectemos a las redes sociales mientras estamos reunidos conversando o
comiendo?
Sin
duda les hacemos saber que todos son más importantes que
ellos, porque si nuestra prioridad es atenderlos a los demás es porque los
valoramos más.
Estamos
sufriendo de “déficit de atención familiar” debido a que estamos desatendiendo
el hogar, los hijos, los afectos… todo eso que decimos que es primordial en
nuestra vida, por atender a otros que muchas veces ni conocemos.
Esa adicción a los celulares y demás
está fraccionando nuestra atención e impidiéndonos estar a dónde está nuestro corazón.
Se nos está olvidando que si no
atendemos todas las llamadas no se nos va a arruinar la vida… pero si no atendemos a quienes más
amamos si se arruinarán nuestras relaciones con ellos!
Vivir conectados a las redes virtuales
quizás nos hace pensar que estamos actualizados y nos proporciona un sentido
ficticio de pertenencia. Pero
con tantos frentes que tenemos hoy tenemos que establecer prioridades.
La oportunidad de conversar
y gozar a diario la compañía de nuestra familia es un privilegio que no tendremos
para siempre. Esa cercanía que nos ofrece la convivencia cotidiana se acaba… y
más pronto de lo que pensamos. No la desperdiciemos porque si no estamos ahí
para ellos hoy es muy posible que ellos tampoco estén ahí para nosotros el día
de mañana.
Ángela Marulanda