La precocidad está arruinando la infancia


Desde hace años los científicos de la conducta han denunciado que las costumbres de la cultura actual están acabando con la niñez, esa etapa que se supone ser la más inolvidable de nuestra Vida.
Es verdad, cada vez se alimenta más la precocidad porque se permite que los menores participen en más actividades antes privativas de los adultos, lo que afecta su formación y reduce al mínimo su infancia.

Mientras que en el pasado la precocidad de los niños se veía como un grave error de sus padres, hoy alentamos a los hijos a "madurar biches" a ciencia y conciencia al permitir que se vistan e involucren en experiencias adultas que no les corresponden.

Un ejemplo patético son las llamadas "minitecas" y "chiquitecas" con que se animan las fiestas supuestamente infantiles en las que los niños en lugar gozar con globos, rifas o payasos, desde pequeños empiezan a experimentar el frenesí de la música tecno, baile con espumas, lluvia de colores y aturdidores estallidos controlados por un discjockey.

Lo grave es que estas experiencias vienen acompañadas de la competencia a ver quién baila mejor o cuál tiene más éxito. Es decir, se comienzan a alentar las rivalidades entre los niños cuando apenas están aprendiendo a tejer vínculos de amistad con sus compañeros.

Pero es sólo en la medida en que ellos hayan podido gozar de los frutos de la camaradería sin las presiones de la competitividad, que aprenden a confiar en sus congéneres y a verlos como sus aliados, no como sus rivales. Esto les permite forjar sus amistades sobre tales bases y poder lidiar más adelante con las pugnas propias de su adolescencia, asumiéndolas como algo trivial porque saben a sus compañeros capaces de sentimientos más nobles.

Cabe preguntarse cuál es el objetivo de este tipo de fiestas infantiles, cuando sabemos que los hijos para bailar y divertirse tienen toda la Vida, pero para ser niños muy pocos años. En una sociedad en la que la mejor credencial para gozar de prestigio social es tener mucho dinero, me pregunto si los derroches que se están viendo en las fiestas infantiles no tendrán que ver con la necesidad de validar nuestra posición a través de estas opulentas celebraciones para ratificar nuestro status económico y evitar que nuestros hijos "se queden atrás de los demás".

El resultado es que los niños son cada vez más precoces pero más inmaduros, es decir, capaces de asumir riesgos más grandes pero con menos sensatez para afrontar sus consecuencias. Y lo peor es que en esta forma estamos cayendo en el error de contribuir a acabar con el mejor aspecto de la niñez: vivir para descubrir el mundo con ojos desprevenidos, creyendo en las hadas, los duendes y la bondad de los demás, ajenos a los conflictos y recelos comunes entre los mayores.

Los hijos son el fruto de nuestro amor y para muchos efectos se rigen por los mismos principios de todos los frutos. Así como aquellos que se arrancan del árbol antes de lo debido tardan más en madurar o se pudren biches, los niños sometidos a experiencias adultas no maduran más sino que se pueden dañar más pronto.

Recordemos que lo que les garantizará a los hijos una alta posición en la sociedad no será el tamaño de nuestro capital sino el de su corazón. Y es en la infancia, que éste se nutre de la magia y los sueños que tejen gracias a su "ingenuidad infantil," esa condición que, si se preserva, les permite mirar el mundo con lentes color de rosa y alimentarse ante todo de lo bello y lo bueno de los seres que les rodean.

Ángela Marulanda - Autora y Educadora Familiar