Varón y mujer
somos iguales en dignidad. Pero la diferencia de sexos nos hace diferentes no
sólo físicamente, sino también sentimentalmente, funcionalmente, intelectualmente,
espiritualmente.
Porque varón y mujer resultan complementarios. Lo específico de cada sexo hace el equilibrio, la balanza
del otro. Por tanto, el amor de pareja, el amor conyugal,
sólo puede florecer en dos seres a la vez distintos y complementarios, cuyas características
se refuercen y se perpetúen en un nuevo ser, distinto de ellos pero con caracteres
y funciones de uno y otro.
Dentro de una
relación, el varón será siempre más impulsivo. Dada su naturaleza activa, tenderá
a la relación inmediata. La mujer, por sus características, será siempre más
receptiva, esperará que se le considere y valore en todo lo que ella vale. El
hombre será siempre potente y arrojado.
La mujer
desarrollará su capacidad magnética, pasiva. Desde las células germinales aparece esta característica: el
espermatozoide es luchador, combativo, activo, emprendedor. Afanoso, va en
busca de su complemento. El óvulo, por el contrario, espera; se caracteriza por
su tranquilidad receptora, se deja querer. Sabe que el esperma lo necesita para
lograr su fin, y parece que no le corre ninguna prisa.
El impulso sexual entre varón y mujer es, pues,
diferente, y habrá que tenerlo en cuenta para que la relación conyugal sea
armónica y no una fuente de conflictos.
En la mujer predomina la afectividad sobre la sensualidad,
por lo que para ella será más importante la seguridad de saberse amada que la
unión corporal. De ahí que la unión entre los esposos deba comenzar por la unión de sus corazones;
de este modo, la unión de sus cuerpos vendrá a ser la culminación de aquello
que ha comenzado en el interior de cada uno.