Aunque tengamos una
fecha para celebrar el amor y la amistad, no es suficiente quedarnos con un día
para recordar esa realidad tan profunda en el ser humano. Cada día hemos
de tener conciencia de que el amor es el motor que impulsa todas nuestras actividades.
Está en lo más íntimo de nosotros. Por eso, todos los días han de convertirse en una
auténtica fiesta de amor y amistad.
De todos modos, las celebraciones nos ayudan a profundizar en los respectivos
temas. En este caso, aprovecharemos para hacer algunas
reflexiones sobre el amor. Tema complejo, pluriforme y, desgraciadamente en la
actualidad, confuso y deformado.
El amor tiene muchas caras, aunque podemos hablar de
dos grandes aspectos: uno subraya el espiritual, el otro el corpóreo. Dos dimensiones profundamente unidas donde ha de existir un equilibrio.
Cuando se rompe la armonía, uno de los dos asfixia al otro, y entonces la persona
sufre y queda expuesta a un sin número de confusiones tanto en los enfoques como
en la conducta.
¿Qué me puede ofrecer?
Como una de las características del ser humano es procesar,
ir poco a poco, de lo más fácil y cercano a lo más difícil y profundo, también
en la maduración del amor sucede lo mismo. Por eso, cuando una persona encuentra afinidad y atractivo por otra, al principio
parte de lo externo y centrada en sí busca el placer, sentirse bien, encontrar
un estímulo agradable. La pregunta es ¿qué me puede ofrecer? En estos aspectos
predomina el eros, aunque nunca deja de separarse de la espiritualidad.
Poco a poco, la persona madura en su amor y entonces
empieza a pesar mucho más el afán de agradar al otro, se preocupa más de lo que
puede necesitar y trata de darlo. En definitiva, el amor auténtico es una
adecuada combinación de dar y recibir, tanto en el aspecto corporal como en el
espiritual. Es poseer al otro, pero correspondiendo con la entrega
incondicional.
Cuando en el
amor humano entre un hombre y una mujer hay armonía entre lo corpóreo-anímico,
entre lo sexual-espiritual, la consecuencia que fluye espontánea es el deseo de
prolongarse mutuamente en un nuevo ser, es contribuir ambos y encontrar en
alguien más parecidos consigo y con el otro.
Esa es la maravilla de la procreación: reconocer algo
de sí en el engendrado y encontrar también al amado en esa nueva criatura.
Sólo en esta unidad corpóreo-espiritual, cada persona en su
concreción individual como varón o como mujer, manifiesta en su conformación
corpórea, puede comprender al sexo como un constitutivo de lo humano.
Entonces queda claro que
el sexo no puede separarse del modo
como se conduce una persona, del psiquismo y de lo específicamente espiritual.
Con estas premisas, el ejercicio de la sexualidad, el acto de unión físico
entre un hombre y una mujer, es un acto de intercomunicación personal porque
también es un acto psíquico, y ambos actos están dirigidos por el acto
espiritual de donación y recepción.
Amor deshumanizado
El problema contemporáneo consiste en una reducción
del amor a la relación erótica-sexual, en el nivel de lo corpóreo y de lo
psíquico, separándolo de la dimensión espiritual. Entonces, ese amor queda deshumanizado.
Se exaltan las técnicas de seducción, el afán de encontrar
nuevas sensaciones y, por lo tanto, la fidelidad pierde sentido. La relación es una pseudo relación porque cada uno está centrado en
sí, pide pero no da. Mucho menos cabe la posibilidad de pensar en la
prole. Como no hay donación, ese nuevo
ser no ofrece más que molestias.
En el mundo actual, el amor que se promueve es un
amor infantil, como el del niño que quiere a los demás por el alimento que le
dan. En
estas condiciones, cuando alguien
cansa, porque ya no existe la novedad, se cambia por otro, y así sucesivamente.
Se instrumentaliza la relación, se subordina a la incursión en nuevos placeres.
Así, al separar de la sexualidad la comunión con el otro, tampoco se incluye la
ayuda mutua estable, y mucho menos la procreación. En este estado, la respuesta
al título de este artículo es negativa, el amor no es lo mismo que sexo.
En cambio, cuando la relación comprende todas las
dimensiones del ser humano, es integral y, paradójicamente, podemos decir que
amor y sexo sí se pueden identificar. Sin embargo, para no equivocarse con
esta afirmación, hace falta contestar afirmativamente
las siguientes preguntas: ¿comprendo al otro?, ¿busco desinteresadamente su
bienestar?, ¿lo perdono o lo disculpo cuando no corresponde a mis aspiraciones?