Las palabras son el reflejo de los pensamientos y
sentimientos, y tienen un poder enorme, tanto para agradar como para herir a
otros.
La mayoría de las veces no medimos realmente el impacto
que puede tener una palabra.
Decimos cosas sin
pensar, no nos damos cuenta de lo que decimos y mucho menos de las
consecuencias que se generan a partir de una palabra o expresión negativa.
Con las palabras podemos
lastimar y ofender a los demás, afectando así las relaciones, el bienestar y la
convivencia.
Pensar antes de hablar
En medio de las
discusiones donde los interlocutores están alterados, suelen ser los momentos
donde más palabras desacertadas se emiten. ¿Por
qué?
La respuesta está en una emoción que muchas veces nos “pasa
factura”; el enfado. Los estudios
señalan que este sentimiento genera fuertes cambios en el sistema
nervioso autónomo, los cuales se ven reflejados en los actos y las palabras.
Leonardo Palacios, neurólogo y decano de la Facultad de
Medicina de la Universidad del Rosario, explica en un artículo publicado por El
Tiempo, que toda expresión hablada, sea positiva o negativa,
produce una descarga emocional desde el cerebro: “Una palabra negativa o
insultante activa la amígdala, estructura del cerebro vinculada a las alertas,
y genera una sensación de malestar, ansiedad o ira. Y es ahí cuando la persona
tiene dos posibilidades: responder de una manera similar (incluso con una agresión
física) o actuar con indiferencia, acudiendo a la razón.”
Por eso, para evitar que las palabras
sean “armas” destructivas, hay que hacerlas conscientes, dominar la ira,
desarrollar el autocontrol y ser emocionalmente inteligentes.
No es lo que se dice, sino “cómo” se dice
No se trata de reprimir
los sentimientos ni dejar de expresar las opiniones. Todo se puede decir bajo
los términos del respeto, siempre con un trato amable, amoroso y tranquilo. Lo
que determina que una crítica sea constructiva o destructiva, es el “cómo”.
El tono de voz, las
palabras que se utilizan y los gestos que las acompañan, son determinantes para
que un mensaje sea ponderado y bien recibido por el otro; o de lo contrario, se
convierta en un foco de discusión y disgustos.
En este aspecto también
es importante ser acertados, es decir saber identificar los momentos más oportunos
para entablar una plática. Por ejemplo cuando
una persona está muy alterada, no es conveniente que se produzca una conversación,
en este caso es mejor el silencio que la palabra. Cuando el enojo desaparezca y
se retome la calma, entonces será oportuno hablar.
Tácticas para evitar ofender con las palabras
Al corregir a los hijos;
al expresar un desacuerdo al cónyuge; al pedir una aclaración a un compañero de
trabajo, jefe o empleado; a los transeúntes mientras se conduce; al hacer un
reclamo en una tienda o restaurante…
En múltiples situaciones de la vida diaria se pone a prueba
el poder de las palabras. Algunas sugerencias para evitar ofender a otros.
- En un momento de ira, si siente que no se puede controlar, abandone la comunicación y trate de calmarse. No es el momento para hablar.
- “Lo que has de decir, antes de decirlo a otro, dítelo a ti mismo” (Séneca). Esta frase brinda una efectiva estrategia para evitar expresar palabras desacertadas.
- Las emociones se pueden manejar, la mente en este caso es la que manda. Respire profundo y recobre la razón.
- “No hagas lo que no te gusta que te hagan”. Es un principio de vida y aplica perfectamente en este propósito.
- Las palabras tienen poder en el subconsciente y pueden terminar convirtiéndose en realidad. Por eso, erradique las palabras negativas y mejor ocupe la mente en pensamientos positivos, pues proporcionan un estado mental tranquilo que ayuda a desvanecer la ira, la depresión, el mal genio y la irritabilidad.
- Elimine la autocrítica y la crítica a los demás. También los juicios.
- Ejercite la escucha, muchas veces es más efectiva que el habla.
“Las palabras amables no cuestan nada, pero valen mucho”.
Busquemos siempre construir al hablar y no destruir.