El amor y las buenas
intenciones son un buen punto de partida para que haya armonía en la
convivencia matrimonial, pero es natural que en el día a día salgan a
relucir los defectos del carácter y otras actitudes personales que pueden afectar
la relación.
Una buena convivencia
matrimonial repercute positivamente en el bienestar físico y emocional, no sólo de los cónyuges, sino
también de los hijos y demás miembros de familia. Brindamos algunas
claves para aprender a manejar las situaciones cotidianas y así evitar que afecten
el “clima” matrimonial.
¡Fuera el egoísmo!
Se es egoísta con el tiempo, con el dinero, con los gustos,
con el poder, con las decisiones. Darle
prioridad a los intereses particulares, es un paso seguro al conflicto.
De ahí la afirmación que el egoísmo no tiene cabida en el matrimonio, pues no es lo “yo quiera” sino “lo que los dos queramos”.
Negociar en lugar de discutir.
La vida matrimonial se
basa en una negociación continua, donde no hay ganador, ni perdedor. Por eso la relación y los acuerdos se deben basar
en un ganar/ganar. Cada uno debe
buscar que los dos ganen en cualquier aspecto: en las decisiones, en lo
económico, en lo sexual, en el hogar, etc.
No tomar como propio las actuaciones del cónyuge.
Más bien hay que
pensar que eso que nos molesta es un rasgo de la personalidad de él/ella. El cariño y el ejemplo es la
mejor manera de ayudarle a mejorar sus defectos.
Hay que ceder.
Quienes que se quedan
estáticos en sus opiniones, están fomentando un disgusto sin necesidad. Alguno de los dos debe dar el brazo a torcer; a reglón seguido, el otro
cederá. En el matrimonio hay que
ceder muchas, muchas veces.
“Tratar al otro/a como quiero que me traten a mí”.
Aunque suena a frase de cajón, es un principio básico para una buena convivencia.
Evitar el mal genio e irritarse por las pequeñeces.
Hay que ser paciente y comprensivo. La ira es perjudicial,
la risa es beneficiosa. Los problemas, malestares o presiones no justifican el
mal humor ni la agresividad.
Estar en casa en cuerpo y alma.
Quiere decir que al
llegar a casa hay que tener todos los sentidos puestos ahí, y no en el trabajo,
ni en la televisión, ni en el celular, ni en las tabletas. Los pocos momentos
para estar juntos, deben ser aprovechados.
Trabajo compartido.
No debe haber sobrecarga
en ninguno de los dos, cada quien debe tener unas responsabilidades dentro del
hogar.
Perdonar significa olvidar, aunque la memoria se
resista.
Quedarse estancado en el pasado, es negar la posibilidad de
vivir un maravilloso presente y futuro.
Cada día se debe manifestar el cariño con alguna
acción concreta.
El amor se alimenta en
la convivencia, en el día a día; no sólo en las ocasiones especiales. Hay que
darle al otro lo que espera de uno, algo que le guste a la pareja.
Escuchar el doble de lo que se habla.
Es la clave del diálogo.
Las decisiones se toman en conjunto.
Pensando siempre en el bienestar de la familia.
No importa ser muy distintos.
Lo importante es
respetar la otra forma de ser del otro/a. Aceptar las diferencias de carácter,
de competencias, de ritmo de trabajo, y llegar a puntos comunes.
La vida debe ser divertida, a pesar de los pesares.
No todo puede ser
trabajo, rigurosidad, seriedad, temas trascendentales, problemas. La vida
está llena de pequeños detalles y el matrimonio se enriquece con ellos.
Por eso las
distracciones, el descanso, los planes familiares, las escapadas románticas, y
todas las actividades que rompan la rutina son más que bienvenidas. Asimismo,
conservar el buen humor
hasta en los momentos difíciles, es una de las maneras de mejorar la
convivencia.
Fuente: http://www.lafamilia.info/
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