Vivimos en la era del “parecer”. Hay que parecer
jóvenes, parecer atractivos, parecer bellas, parecer “chéveres”… Es decir, se
impuso la cultura de la imagen en la que lo que más cuenta es la apariencia.
El problema es que
en el esfuerzo por aparentar lo que no somos, dejamos de ser lo que sí somos.
Las características particulares que nos identifican como
individuos están siendo determinadas por la cultura consumista que decide
quiénes somos con base en lo que parecemos.
Como resultado, ahora vestimos como visten todos, tenemos
lo que tienen todos, usamos lo que usan todos y hasta hemos llegado al extremo
de mandarnos a hacer las facciones y la figura “a la medida” de lo que dicta la
moda. Así, somos quizás más atractivos pero no somos auténticamente nosotros mismos.
El culto a la figura promovido por el mundo
consumista ha hecho que la apariencia exterior se haya convertido,
especialmente para las mujeres, en la razón de existir.
Posiblemente éste es el motivo por el que tanta gente hoy se queja de
sentirse vacía y perdida, y anda dando tumbos por la vida, tratando de acallar
su angustia a base de impresionar a los demás con una figura espectacular.
Algunos expertos en la
conducta han señalado que la búsqueda obsesiva de la perfección
exterior es una forma de evasión con la que se dopan hoy las personas para no
ver la confusión que reina en su mundo interior.
Contrario a lo que promueve la publicidad, no somos lo que
aparentamos, sino lo que creemos, lo que defendemos, lo que amamos, lo que
soñamos … .¿Será que el valor que le damos a cultivar nuestra belleza física si
está alineado con aquello que es más importante para nosotros? ¿Será que lo que
estamos construyendo si llevará a que nos recuerden por nuestra calidad humana
y no sólo por nuestra bella apariencia física?
La fuente de
donde surge el entusiasmo y el sentido de nuestra vida brota, no de lo
exterior, sino de lo más profundo de cada persona, y es allí a donde se origina
lo que nos da una buena razón para vivir.
El cuerpo es sólo el empaque y como tal es algo así
como la estructura que alberga lo que somos. Por ello es importante cuidarlo
con esmero pero no convertirlo en la credencial de nuestro valor como personas.
Nos traicionamos cuando buscamos nuestro valor en lo aparente, porque éste se
encuentra y cultiva en lo más profundo de nuestro ser. Es aquí a donde está lo
que nos hace personas únicas e irremplazables, y donde se gesta lo que nos hará
inmortales en la vida de muchos.
Ángela
Marulanda