Primero yo y segundo yo



No nos engañemos; en algún momento hemos presentado conductas egoístas que no favorecen las relaciones interpersonales y la vida en sociedad. Basta revisar nuestra vida con cierta sinceridad para darse cuenta de que algunos actos propios denotan individualismo y algo de egolatría.

El egoísmo es una de las fuentes comunes de conflictos familiares, laborales y colectivos, pues la condición humana del hombre de vivir en sociedad, implica un modo de relación que muchas veces implica realizar renuncias personales para vivir en paz, armonía y darse cuenta del verdadero amor.
El problema es que este pensamiento basado en la generosidad, la tolerancia y la empatía es atacado por un nuevo estilo de vida que promueve el individualismo: vivir como cada uno quiera, pues el “yo” está antes que el “nosotros”, es decir los deseos personales no son negociables.

Si no existiera el egoísmo, tal vez se evitarían numerosos males que asaltan a la sociedad -suena a frase de cajón pero guarda mucha verdad-. Cuando el hombre piensa y actúa desde su miopía personal e ignora a los demás, está siendo irrespetuoso, intolerante, y por supuesto poco generoso.

¿Qué tan egoísta soy?
“Oímos sólo nuestra propia voz, hablamos sólo de nosotros mismos, sólo escuchamos los lamentos de nuestro propio dolor, únicamente captamos la gloria de nuestra propia victoria personal. Cualquier otro interés está mediatizado por el interés propio.” Alfonso Aguiló.
Pero se puede velar por el propio interés sin ser egoísta. La diferencia está en que el egoísta vive en una permanente búsqueda de la propia satisfacción.
Asimismo el egoísta es apático, es decir no le interesa conocer el sufrimiento ajeno, vive encerrado en su “yo” y no sale de él, por eso la persona que actúa de forma egoísta suele aislarse para protegerse de cualquier situación que pueda afectarle su estado de comodidad. Según los especialistas, este egoísmo nace en la falta de seguridad y confianza en uno mismo, esto hace que el individuo no pueda ir más allá de lo suyo.

No obstante, aunque el egoísmo no sea un factor dominante en la personalidad, sí pueden darse conductas egoístas. En términos prácticos; pensemos en algo tan trivial como el hecho de conducir camino a casa y se le cierra la vía a otro conductor, o cuando se le niega a un compañero de trabajo unos minutos para escucharle o auxiliarle, o cuando se hace la voluntad particular sin tener en cuenta al cónyuge, o cuando no se espera a que otros ingresen al elevador por ahorrarse unos segundos; son actitudes que en el fondo no buscan sino el deseo personal.

La generosidad ante el egoísmo
El autor citado en líneas anterior explica que “la búsqueda egoísta de la felicidad constituye una contradicción en sí misma, puesto que el egoísmo obstruye el camino de la felicidad.
Cuando el placer o la comodidad se deben a intereses egoístas, se produce una curiosa paradoja: cuanto más se buscan, tanto más se diluyen; cuanto más se persiguen, tanto más se apartan de nosotros.
Querer a los otros es el mejor regalo que podemos hacernos a nosotros mismos, porque ese cariño que damos a los demás revierte en nuestro propio enriquecimiento haciéndonos mejores.”

Superar el egoísmo es abrirse las posibilidades para ser feliz, para amar y ser amado, para alcanzar un estado de armonía que otorga la realización personal. Superar el egoísmo es posible gracias a la generosidad, la empatía, el respeto y la solidaridad, valores que apartan al individualismo y acercan a la fraternidad.

¿Qué hacer para superar el egoísmo?

  • Realizar ejercicios que favorezcan la empatía para lograr entender las verdaderas motivaciones y emociones de los otros.
  • Renunciar a todo lo que implique vivir para uno mismo, el egoísmo acarrea a una vida solitaria y triste.
  • Ser generosos con el tiempo, con los recursos, con los conocimientos, con los aprendizajes. En cuanto más se de, más se recibe –satisfacción, bienestar, paz-.
  • Pensar en las consecuencias que puede tener nuestro comportamiento antes de actuar, tanto para nosotros mismos como para los demás.
  • Observar otras realidades de personas que sufren o tienen alguna carencia, es un ejercicio que sensibiliza y combate el egoísmo.
  • No quedarse con las experiencias negativas que se ha tenido con otras personas y fortalecer los pensamientos positivos.